Para todos los futboleros y los no tanto, les presento una carta escrita por Antonio Falcão para Alcides Ghiggia, el autor del tanto para la victoria uruguaya en la final de la Copa del Mundo de 1950.
Este suceso es conocido como el “Maracanazo”, que es toda una leyenda en la historia del fútbol.
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CARTA PARA GHIGGIA, por Antonio Falcão
Querido Alcides Edgardo Ghiggia. Es sólo hoy, tan lejos de aquello fatídico domingo 16 de julio 1950, en el estadio carioca de Maracanã, que tengo el coraje de pedirle que deshaga el gol que nos hizo perder aquella Copa del Mundo. Y eso por considerar el fútbol como la pasión lúdica que hace de un deporte sólo un juego, que exige suerte y malicia. A la manera peculiar y acrobática de los brasileños, a ese juego se juega alegremente como si la bola fuera una compañera de amores. Nuestro estilo sensual a sufrido la angustia, hay casi 55 años, de un sueño orgulloso roto, mal que ni el Dr. Freud ni nadie, por preparado que sea, puede entender. Ni él, ni Sigmund Freud, Ghiggia, ni nadie.
Aquí, pide esa gentileza un sujeto ya caminando a pasos inciertos para la vejez. Pero que, cuando Usted hizo el gol que dio a Uruguay la victoria por 2 a 1, era un muchacho en pantalón corto que vivía en una pequeña ciudad del Nordeste, a casi tres mil kilómetros de Río, donde las selecciones brasileña y uruguaya decidían el Mundial. En esa tarde, viendo el dolor en mi casa y en las calles desgarradas del pueblo, no pude comprender como una pelota - motivo de la mayor alegría de mi infancia - fuese capaz de entristecer tanto una nación. Yo no entendía, Ghiggia, verdad, pero lloraba del mismo modo, como todo el mundo. Y sufriendo como un desesperado, compañero, mucho, demasiado.
Pero aún sufro. Y conmigo "la Patria de los pies desnudos en las botas". En la época, mi país era mucho más subdesarrollado que el vuestro -"la Suiza Americana", como se decía. En 1950, vosotros, campeones olímpicos de fútbol en 24 y 28, ya habían ganado la Copa del Mundo de 1930, en Montevideo, festejando los 100 años de la independencia del pueblo uruguayo. Eso en el recién inaugurado Estadio Centenario, para 100 mil personas, construido expresamente para ese evento internacional. Expresamente, Alcides Ghiggia, expresamente...
El Maracaná también fue edificado para ser la sede del Mundial. Y nuestro equipo, por justo mérito técnico, se quería llevar la copa. Pero Usted - extremo derecho veloz, "de la categoría de Garrincha", en la opinión de Flávio Costa, nuestro ex-entrenador -, a sus 23 años, no entendió el espíritu de tal pretensión brasileña. Y, tras hacer lo que quiso con Bigode, el lateral izquierdo de Brasil, puso sin ángulo, a los 34 minutos del segundo tiempo - entre Barbosa y el palo (un espacio tan exiguo como la perspectiva de un país pobre) - el tanto corrosivo que nos quitó el empate, resultado que nos favorecía. Allí, perdimos el título y un poco de dignidad nacional. Y yo quiero aquí, Ghiggia, aplacar esa nostalgia de mi niñez, quiero sí. Por eso, en nombre de Brasil y de mis sueños, vengo a pedirle una de esas acciones: en aquella jugada, Ud. debería dejar que Bigode le alcanzara; si él no lo hacía, permitiera a Juvenal - nuestro central - que corte su disparo que arrancó más grama que bola del suelo. Y finalmente si ni una cosa, ni la otra fuera posible, Usted disparase fuera. Al fin, el fútbol es hecho de errores - si ninguno errase, todos los partidos acabarían en 0 a 0.
Eso que ruego, Ghiggia, no hiere su patriotismo. Porque ese sentimiento con Uruguay nunca fue su fuerte, visto que, en 1952, después de agredir un árbitro en Montevideo, Usted se fue a la Roma y en adelante al Milán, hasta 1963. Es cuando, naturalizado italiano, Usted hasta disputó cinco partidos para la Squadra Azurra, marcando un golazo a favor de Italia.
Por fin, confeso que no quiero vencer esa Copa del Mundo de 50 para dar a Brasil el hexa-campeonato. No, de ninguna forma. Para agradecer su cortesía, inclusive, el Uruguay recibiría la copa que conquistamos en los penaltis en el Mundial de 1994. Incluso considerando que vosotros ni siquiera estabais presentes en ese torneo de EE.UU. El trofeo del Maracanã es el que falta a nuestro brío. El nos haría, eso sí, como dice el poeta Paulo Mendes Campos, "soñar el fútbol por fidelidad a la infancia y por fidelidad al orgullo inexplicable de ser brasileño".
Seguro de que no le pedí algo imposible, Ghiggia, con el aprecio sudamericano y un abrazo de deportista a deportista.
Este suceso es conocido como el “Maracanazo”, que es toda una leyenda en la historia del fútbol.
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CARTA PARA GHIGGIA, por Antonio Falcão
Querido Alcides Edgardo Ghiggia. Es sólo hoy, tan lejos de aquello fatídico domingo 16 de julio 1950, en el estadio carioca de Maracanã, que tengo el coraje de pedirle que deshaga el gol que nos hizo perder aquella Copa del Mundo. Y eso por considerar el fútbol como la pasión lúdica que hace de un deporte sólo un juego, que exige suerte y malicia. A la manera peculiar y acrobática de los brasileños, a ese juego se juega alegremente como si la bola fuera una compañera de amores. Nuestro estilo sensual a sufrido la angustia, hay casi 55 años, de un sueño orgulloso roto, mal que ni el Dr. Freud ni nadie, por preparado que sea, puede entender. Ni él, ni Sigmund Freud, Ghiggia, ni nadie.

Aquí, pide esa gentileza un sujeto ya caminando a pasos inciertos para la vejez. Pero que, cuando Usted hizo el gol que dio a Uruguay la victoria por 2 a 1, era un muchacho en pantalón corto que vivía en una pequeña ciudad del Nordeste, a casi tres mil kilómetros de Río, donde las selecciones brasileña y uruguaya decidían el Mundial. En esa tarde, viendo el dolor en mi casa y en las calles desgarradas del pueblo, no pude comprender como una pelota - motivo de la mayor alegría de mi infancia - fuese capaz de entristecer tanto una nación. Yo no entendía, Ghiggia, verdad, pero lloraba del mismo modo, como todo el mundo. Y sufriendo como un desesperado, compañero, mucho, demasiado.
Pero aún sufro. Y conmigo "la Patria de los pies desnudos en las botas". En la época, mi país era mucho más subdesarrollado que el vuestro -"la Suiza Americana", como se decía. En 1950, vosotros, campeones olímpicos de fútbol en 24 y 28, ya habían ganado la Copa del Mundo de 1930, en Montevideo, festejando los 100 años de la independencia del pueblo uruguayo. Eso en el recién inaugurado Estadio Centenario, para 100 mil personas, construido expresamente para ese evento internacional. Expresamente, Alcides Ghiggia, expresamente...
El Maracaná también fue edificado para ser la sede del Mundial. Y nuestro equipo, por justo mérito técnico, se quería llevar la copa. Pero Usted - extremo derecho veloz, "de la categoría de Garrincha", en la opinión de Flávio Costa, nuestro ex-entrenador -, a sus 23 años, no entendió el espíritu de tal pretensión brasileña. Y, tras hacer lo que quiso con Bigode, el lateral izquierdo de Brasil, puso sin ángulo, a los 34 minutos del segundo tiempo - entre Barbosa y el palo (un espacio tan exiguo como la perspectiva de un país pobre) - el tanto corrosivo que nos quitó el empate, resultado que nos favorecía. Allí, perdimos el título y un poco de dignidad nacional. Y yo quiero aquí, Ghiggia, aplacar esa nostalgia de mi niñez, quiero sí. Por eso, en nombre de Brasil y de mis sueños, vengo a pedirle una de esas acciones: en aquella jugada, Ud. debería dejar que Bigode le alcanzara; si él no lo hacía, permitiera a Juvenal - nuestro central - que corte su disparo que arrancó más grama que bola del suelo. Y finalmente si ni una cosa, ni la otra fuera posible, Usted disparase fuera. Al fin, el fútbol es hecho de errores - si ninguno errase, todos los partidos acabarían en 0 a 0.
Eso que ruego, Ghiggia, no hiere su patriotismo. Porque ese sentimiento con Uruguay nunca fue su fuerte, visto que, en 1952, después de agredir un árbitro en Montevideo, Usted se fue a la Roma y en adelante al Milán, hasta 1963. Es cuando, naturalizado italiano, Usted hasta disputó cinco partidos para la Squadra Azurra, marcando un golazo a favor de Italia.
Por fin, confeso que no quiero vencer esa Copa del Mundo de 50 para dar a Brasil el hexa-campeonato. No, de ninguna forma. Para agradecer su cortesía, inclusive, el Uruguay recibiría la copa que conquistamos en los penaltis en el Mundial de 1994. Incluso considerando que vosotros ni siquiera estabais presentes en ese torneo de EE.UU. El trofeo del Maracanã es el que falta a nuestro brío. El nos haría, eso sí, como dice el poeta Paulo Mendes Campos, "soñar el fútbol por fidelidad a la infancia y por fidelidad al orgullo inexplicable de ser brasileño".
Seguro de que no le pedí algo imposible, Ghiggia, con el aprecio sudamericano y un abrazo de deportista a deportista.

2 comentarios:
Viste quiénes eran los curahuillas?
Pinilla
Acuña
Rojas
Contreras (creo)
y el que casi se agarra a combos con salas, fue pinilla
Yo tambien le pediria a Ghiggia que errara ese gol, como uruguayo que soy, le pediria que nos arrebatara el mayor logro deportivo de nuestra nacion.
Es que aquel gol, aquel mundial, gesto en nuestro pueblo y en su memoria impercedera, el mito del "maracanzo", la idea que solo basta el coraje ("la Garra charrua" al decir de la epoca) para conseguir ser los mejores. No NO No. Eso no fue justo, no fue justo con Ghiggia, ni obdulio, ni Schiaffino, ni ninguno de aquellos enormes jugadores de esa seleccion.
Un gol, y nuestro pais fue otro, nos trajimos el orgullo brasileño, y con ello nuestra propia maldicion. Vivimos desde entonces, en el reino de la improvisacion, dejamos de ser una potencia futbolistica y tambien la suiza de america, dejamos todo eso pensando que con solo poner ganas eramos los mejores. Cuanto hubiera dado por que nos dieramos cuenta, que hay que poner trabajo, planificacion y tambien esfuerzo para ser mejores. Cuanto hubiera dado, tal vez aquella pelota en el palo.
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