Hace tiempo que no escribía en el blog, sencillamente porque no sabía que contarles. Al parecer se me están acabando las ideas o la imaginación ya me esta abandonando.
Por ahora, solo les narraré una pequeña anecdóta que se suscito en un carretito en Bellavista. No le tome el peso hasta después de un par de horas cuando recordé toda la escena completita, completita.
Llevaba dos cervezas en el cuerpo. El bar estaba lleno, por lo que nos acomodados en plena calle Pío Nono, en unas mesitas. Estaba acompañados de tres amigos (dos niñas y un compipa). Ya estabamos comenzando a agarrar vuelo con la conversación y aparece ella, de unos cuarenta años, pelo crespo. Se acomodó a mi costado y se pusó a conversar conmigo. En ningún momento quise iniciar algún flirteo (de verdad), hablamos un rato de la vida y otras tonterias. No me cayó mal, todo lo contrario. No recuerdo a que se dedicaba, pero eso daba lo mismo.
Cuarta cerveza.
Mis amigos se fueron alejando porque me veían conversar mucho con la niña (no me dijo su nombre, no es que no me acuerde), por lo que me dejaron de lado. Una amiga se puso un poco celosa y armó un pequeñito escándalo, pero no pesque la conversación con la señorita estaba entretenida.
Todo iba bien. Era muy raro, ni un solo defecto hasta ese momento. Pero ella cometió un grave error cuando abrió su boca y soltó una de las frases que más risa me ha causado en los últimos meses y que provocó que la dejará – lamentablemente – sola en la mesa.
Me tomó, con ambas manos mi carita. Me miró a menos de quince centimetros de distancia y seria, muy seria vomitó las siguientes palabras: ¿Te quieres casar conmigo?.
No pude soportarlo y comencé a reírme y ella se enojo y se fue.
Por ahora, solo les narraré una pequeña anecdóta que se suscito en un carretito en Bellavista. No le tome el peso hasta después de un par de horas cuando recordé toda la escena completita, completita.
Llevaba dos cervezas en el cuerpo. El bar estaba lleno, por lo que nos acomodados en plena calle Pío Nono, en unas mesitas. Estaba acompañados de tres amigos (dos niñas y un compipa). Ya estabamos comenzando a agarrar vuelo con la conversación y aparece ella, de unos cuarenta años, pelo crespo. Se acomodó a mi costado y se pusó a conversar conmigo. En ningún momento quise iniciar algún flirteo (de verdad), hablamos un rato de la vida y otras tonterias. No me cayó mal, todo lo contrario. No recuerdo a que se dedicaba, pero eso daba lo mismo.
Cuarta cerveza.
Mis amigos se fueron alejando porque me veían conversar mucho con la niña (no me dijo su nombre, no es que no me acuerde), por lo que me dejaron de lado. Una amiga se puso un poco celosa y armó un pequeñito escándalo, pero no pesque la conversación con la señorita estaba entretenida.
Todo iba bien. Era muy raro, ni un solo defecto hasta ese momento. Pero ella cometió un grave error cuando abrió su boca y soltó una de las frases que más risa me ha causado en los últimos meses y que provocó que la dejará – lamentablemente – sola en la mesa.
Me tomó, con ambas manos mi carita. Me miró a menos de quince centimetros de distancia y seria, muy seria vomitó las siguientes palabras: ¿Te quieres casar conmigo?.
No pude soportarlo y comencé a reírme y ella se enojo y se fue.
3 comentarios:
jajajaja...q huevada....frase loca wn..pero faltó contextualizarnos..pq te dijo eso?
Que contexto ni nada, si la mina lanzó la frase tal cuál sin aviso. La cagó, que más te puedo contextualizar... si ni la conocía... Me tomaba una cerveza más, en una de esas estaría casado...
Creo que a la señora se le paso el tren jajajajaja.
En todo caso, es pa salir corriendo que vomiten tal frasecilla
saludos jose!
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